Regreso
a Malta
Vuelvo,
recorro tus piedras, me arrodillo en tus catedrales
sin alargar la mano,
sin rezar.
Y, sin embargo, una oración silente,
descreída,
la de quien ha perdido lo que nunca tuvo, insiste:
«Dame la palabra que no cuenta,
ignorante del espino y de su rosa.
La palabra que bautiza en el corazón las cosas
y contiene, sin juicios,
sin apretar el puño,
generosa,
el héroe y la tortuga,
amor y crueldad, hambre y basura,
respuestas con alas de plomo;
Mosta, donde la bomba sobre el altar no explotó
y el azar y la divinidad iniciaron el combate
que aún perdura».
No hay victoria ni derrota,
solo combate,
pequeños milagros,
el agua no moja o el fuego no quema,
las palabras no estiran la mano,
no cierran el puño.
Los ojos incendian y los zapatos taladran el suelo,
el aire atraviesa libremente los oídos huecos,
la mente se astilla con el leve asomo de una idea,
la lengua es movida y, por el viento alzada
cae a tierra sin producir sonido,
una diana a capricho de la brisa».
De: “Exiliada”
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