domingo, 29 de diciembre de 2024

NILTON SANTIAGO

 

  

 

Alergias

 



No deja entrar al gato que, tras la puerta de cristal,

le señala el corazón.

El hombre se pasa todo el año solo

y se ha hecho amigo del gato del vecino.

 

Le arroja sardinas en la nieve,

le da de beber el agua de su brújula 

y hasta hacen la siesta juntos.

El gato, por ello, lo mira confundido.

 

Esta vez nos alojaremos en su sótano,

donde aún habita el miedo de las enfermeras de guerra

(que, en la oscuridad, ven brillar mis heridas).

 

Los aullidos del gato nos persiguen.

No lo deja entrar, porque ella, su hija,

es alérgica a ellos.

 

Deshacemos las maletas,

como si nos desasiéramos

a nosotros mismos.

 

La cena está servida, subimos

y nos sentamos a charlar.

Putin, las bombas sobre Gaza

y el zorro que acabamos de ver en el bosque

ocupan nuestras bocas.

 

«Cierta vez, sí, ese hombre negro,

vino corriendo a la consulta,

se le había despegado la oreja

y se le resbalaba por la mejilla.

 

Una mujer que iba en el metro

se puso a chillar como una hiena,

she fainted»,

 

nos cuenta él, imitando en inglés

la voz del afroamericano,

un cliente al que le hizo una prótesis de oreja.

 

Reímos mientras parte de mí

se imagina la vida como una prótesis,

como algo que no es nuestro

y que se nos resbala.

 

Ayudo a recoger el servicio y otra vez lo veo:

el gato mirándonos

tras la puerta de cristal de la cocina.

 

Esta vez me señala a mí el corazón,

que cae sobre la nieve

como una sardina congelada.

De pronto descubro que soy yo

el que os mira desde fuera

mientras que tu padre y tú resplandecéis

 

como dos animales que acaban de nacer

desde la misma grieta.

No cabe duda, así como «escribir»

es borrar palabras, desaparecer

es la mejor forma de estar en todas partes.

 

 

 

 

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