Puerta de infancia
De
aquellos los primeros desastres
–restos de nuestro nacimiento
trasladados al pueblo de las flores–
sólo quedó la piedra,
la cabeza de la piedra en el corazón desierto,
la alta ciudad que nos habita
como una puerta abierta al mar
(ojo de la cerradura,
melodía de guerra en nuestra causa)
y el viento, sólo quedó el viento,
las generaciones de inmensidades del viento,
los cielos de nieve
como regiones de la memoria del viento,
los dedos rojos del verano que nos quemaba al viento.
Al
pie del árbol,
junto al muro de la sombra,
frente al ahogado de la ventana,
el mundo es una boca torva,
una torva palabra.
Somos
ahora las vasijas del día suspendidas
en los volúmenes inexplorados de la noche.
Y
estos pasos de bosques en la profundidad.
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