domingo, 12 de enero de 2025

ÁNGEL DÍAZ


 

 

 

No sé por qué lloro en el supermercado

cuando veo las aceitunas,

parece ridículo llorar por un fruto tan negro de pecho, tan verde como el color de tus ojos avinagrados

que se marcharon.

Alguna vez escuché a un poeta decir

que uno puede llorar con cualquier palabra o con cualquier cosa si se le da la gana.

Tal vez no se trata solo de llorar

sino de aceptar a esos días que no tenían que levantarse o intentar huir de esos aguaceros que caen

en medio de estos pasillos o quizás, aprender a caminar descalzo

como todos los viernes

cuando íbamos al supermercado.

Comprar tus días de verduras sin colores amarillos, llegar a casa y bebernos más allá del fondo

de una copa de cristal,

comer aceitunas lentamente,

de la misma manera

que caía nuestra ropa y el cansado trabajo de tu oficina, de la misma manera

que dejaba descansar las sombras

de tu diario morir discreto

antes de que te despertaras.

No sé por qué insisto en comprar aceitunas si en este momento cualquier cosa

que vea en el supermercado puede ser como activar una bomba de tiempo.

 

 

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