lunes, 6 de enero de 2025

RAFAEL-JOSÉ DÍAZ

 

 

 


La intimidad

 



Y ahora,

atrapados como estamos

en estos terraplenes de jugosa luz última,

¿vas a decirme que no tiene sentido

ni siquiera atreverse a respirar

a medida que el viaje de las nubes

se adentra en las montañas,

respirar en el límite

y pensar que detrás de lo que respiramos

está la imposibilidad de respirar,

la extática tiniebla?

 

Te escribo porque apenas

lo he hecho últimamente,

arconte o diosecillo,

ángel faunesco

o serpentino mordedor

de tantas horas que el tiempo no quiso devolver.

 

Conozco tus caprichos,

pero soy más paciente que al principio.

 

Estoy sentado, mírame,

al borde de la oscuridad.

 

La luz se filtra desde inmemorables

gradas por las que no podríamos

descender o subir.

 

La memoria se engaña

creyendo que conoce el asiento de la sombra.

 

¿Vendrás

a hacerme compañía

en este umbral donde te conocí

para jugar de nuevo

al escondite que inventamos?

 

Ya sé que no vendrás.

 

Los árboles me miran

una vez más, materia absorta

que dibujara un día los rostros de la descomposición.

 

Ahora soy yo quien los dibujo

para que, sin necesidad de respirar,

pueda volver aquí

siempre que lo deseen las montañas.

 

 

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