Despejando
las dudas
Volvíamos
del parque, y cruzando
soportales y direcciones conocidas
me dijiste:
“Hijo, los niños vienen de París”.
Casi
veinte años han pasado
de esta respuesta
y ya se han desplomado,
como un castillo de arena,
de su conclusión, hasta las sombras
de los abecedarios.
Pero es una decepción que no nos importa:
hoy es el turno de otra duda,
de averiguar otra inquietud,
mucho más grave y decisiva,
necesaria, acaso verdadera.
Y
antes de preguntar confirmo mis sospechas
en estos silencios tuyos de domingo y de rutina.
Con ellos es suficiente.
Con ellos alcanzo.
Con ellos respondes.
Ahora
sé de dónde vienen los dioses.
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