viernes, 20 de junio de 2025

JUAN BONILLA

 

  

 

Los días heterónomos

Pasan en procesión

los días heterónomos

y los recuerdos no funcionan,

se nos disuelven

como episodios

de los que sólo quedan titulares,

los detalles se pierden,

y se borran los gestos,

persisten sólo sensaciones generales,

grandes palabras como cuevas húmedas

en las que hubo mucha vida

de la que sólo quedan pintarrajos

en la pared.

 

Uno tras otro pasan

los días heterónomos.

 

No somos ley de nuestro propio estar,

somos mundo sujeto al mundo,

se nos imponen ciegas,

con una fe epidural,

leyes de fuera

dictadas en despachos donde nadie nos conoce.

 

Y son entonces

las voces puntiagudas de la prisa,

los vagones de metro

atestados de gente con el voto decidido.

 

En días heterónomos

no nos bastamos,

necesitamos un certificado, un pago, un no sé qué,

nos exilia el espejo

con zafios epitafios,

los recuerdos se ahogan en placenta,

la sensación de haberlo ya vivido todo

nos quema

no sólo por haberlo ya vivido todo

–hemos amado hasta el desastre,

nos han amado hasta el agotamiento,

hemos matado, sí,

nos hemos incrustado en un arcoíris,

hemos visto un eclipse,

varios amaneceres en distintas lenguas,

hemos reído tanto

que hemos llorado poco–

sino también por no tener

más ganas de vivirlo otra vez…

 

Ah quién pudiera

saber vivirse en la repetición,

tararear el estribillo pegadizo

de estar aquí,

sin voto decidido,

buscando sólo

un día autónomo en el que nos bastemos,

seamos mundo no sujeto al mundo,

seamos ley que vuele en los pasillos del ahora…

un pájaro sin nombre.

Un pájaro que no pueda abatirse con un nombre.

 

 

De: “Los días heterónomos”

 

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