Los
días heterónomos
Pasan
en procesión
los
días heterónomos
y
los recuerdos no funcionan,
se
nos disuelven
como
episodios
de
los que sólo quedan titulares,
los
detalles se pierden,
y se
borran los gestos,
persisten
sólo sensaciones generales,
grandes
palabras como cuevas húmedas
en
las que hubo mucha vida
de
la que sólo quedan pintarrajos
en
la pared.
Uno
tras otro pasan
los
días heterónomos.
No
somos ley de nuestro propio estar,
somos
mundo sujeto al mundo,
se
nos imponen ciegas,
con
una fe epidural,
leyes
de fuera
dictadas
en despachos donde nadie nos conoce.
Y
son entonces
las
voces puntiagudas de la prisa,
los
vagones de metro
atestados
de gente con el voto decidido.
En
días heterónomos
no
nos bastamos,
necesitamos
un certificado, un pago, un no sé qué,
nos
exilia el espejo
con
zafios epitafios,
los
recuerdos se ahogan en placenta,
la
sensación de haberlo ya vivido todo
nos
quema
no
sólo por haberlo ya vivido todo
–hemos
amado hasta el desastre,
nos
han amado hasta el agotamiento,
hemos
matado, sí,
nos
hemos incrustado en un arcoíris,
hemos
visto un eclipse,
varios
amaneceres en distintas lenguas,
hemos
reído tanto
que
hemos llorado poco–
sino
también por no tener
más
ganas de vivirlo otra vez…
Ah
quién pudiera
saber
vivirse en la repetición,
tararear
el estribillo pegadizo
de
estar aquí,
sin
voto decidido,
buscando
sólo
un
día autónomo en el que nos bastemos,
seamos
mundo no sujeto al mundo,
seamos
ley que vuele en los pasillos del ahora…
un
pájaro sin nombre.
Un
pájaro que no pueda abatirse con un nombre.
De:
“Los días heterónomos”
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