Escapismo
errante y extranjero
serás en la tierra, sin poder descansar jamás.
GÉNESIS 4:11
I
Como
el ruido de los aviones,
que
no se oye pero impide escuchar
a
quien viaja a tu lado,
así
la duda:
¿puede
este avión caer
por
el peso de sus pasajeros?
Expulsamos
el humo negro del error,
nos
envuelve, forma
la
nube densa de un tornado.
¿Por
qué habría nadie de llamar
belleza
o historia
a
esta piedra de Sísifo de una
y
otra vez hacer las maletas,
despedirse,
cavar
unos cimientos nuevos?
¿Por
qué iba nadie a fantasear
con
esta vida:
recorremos
el camino una
y
otra vez en busca de un accidente.
II
No
debo escribir sobre aviones:
emergen
constantes del tornado
y
contaminan el poema.
Cuántos
minutos de oxígeno
robo
al lector
cuando
en el poema me lamento
por
algo a lo que nadie me obliga.
No
debes romantizar los aviones,
dijo
un examante sin leer
ni
uno solo de mis poemas,
y yo
me enfadé tanto
que
quise montarme en un avión
y
marcharme.
III
Vago
por el aeropuerto,
voy
cargado con maletas,
escondo
libros en los bolsillos,
cruzo
los dedos para no pesar más
de
lo que la aerolínea considere
que
debe pesar una vida.
También
marcharse está prohibido,
dicen
ahora las autoridades y hay
un
océano de peces sin agua
vagando
por los pasillos del aeropuerto.
Buscan
la solución a sus problemas:
el
aburrimiento, la pobreza, la certidumbre
de
que tampoco tú
harás
mis días felices.
IV
Dirán
fuga o dirán éxodo,
quizá
una palabra como diáspora
que
—tan linda—
incluye
la reproducción y las aventuras
de
la semilla hasta ser hongo.
Es
en realidad un avión
de
gente triste, un castigo
del
gobierno o los dioses.
Qué
pueden hacer
en
el aeropuerto los padres,
dicen
adiós y sonríen.
No
es de todos este miedo
al
ojo del huracán:
es
un avión
envuelto
en nubes negras
donde
nadie espera de tu boca
siquiera
una palabra.
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