Gafas
La
mujer de la óptica quería convencerme
de usar gafas en lugar de lentillas.
Al
final de la última consulta me dijo:
Además tienes una lágrima muy densa.
No sé muy bien por qué pero es
realmente muy densa.
La
mujer conjuga los verbos
en un español distinto del mío.
El
otro día en la calle
alguien anunció la lluvia con mi acento y sonreí
con la complicidad de compartir un sonido:
un shh que viene casi de la misma lluvia,
que suena a casa y a mar.
Por
supuesto que tengo
una lágrima muy densa.
Llevo
dos años sin ver a mi madre,
la dejé en un sur tan remoto
que a veces no sé
si era Buenos Aires o un sueño.
(En
la heladera solo un recordatorio:
si llama mamá, que crea que estás bien).
Anoche
volví llorando del trabajo
y fingí una caída para mi amor
que no merece un dolor
que no puede calmar, un dolor
que no entendería más
que quien dejó un país,
y en
el país una madre como la mía,
un perro que ya murió y una casa
con recuerdos de una época perdida.
Vengo
de un sur
remoto como un sueño: mi casa
era una casa con suerte; mi país,
un país en ruinas y yo
quería pensar en el futuro.
Claro
que no podía decirle todo esto
a la mujer de la óptica que solo quería
venderme un par de gafas, así que asentí
tímidamente: Muy bien, muy bien,
las llevaré por si acaso.
De:
“La ley primera”.
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