viernes, 17 de octubre de 2025

FRANCIS PONGE

 

 

La ostra

 

 

La ostra, del grosor de una piedra mediana, tiene una apariencia más rugosa, un color menos uniforme, brillantemente blancuzco. Es un mundo obstinadamente cerrado. Sin embargo se lo puede abrir: es necesario entonces sostenerla en el hueco de un repasador, usar un cuchillo quebrado y sin filo, volver a intentarlo varias veces. Los dedos curiosos se cortan al hacerlo, las uñas se rompen: es un trabajo grosero. Los golpes que se le hacen marcan su envoltura de redondeles blancos, de una especie de halo.
En el interior encontramos todo un mundo, para beber y comer bajo un firmamento (literalmente hablando) de nácar, los cielos de arriba se inclinan sobre los cielos de abajo, hasta formar sólo un charco, una bolsita viscosa y verduzca, que fluye y refluye para el olor y la vista, enmarcada por una puntilla negruzca en los bordes.
Alguna vez muy rara una fórmula perla en su garganta de nácar, con lo cual enseguida encontramos con qué adornarnos.

 

 

Versión de Annick Louis

 

 

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