La
ostra
La
ostra, del grosor de una piedra mediana, tiene una apariencia más rugosa, un
color menos uniforme, brillantemente blancuzco. Es un mundo obstinadamente
cerrado. Sin embargo se lo puede abrir: es necesario entonces sostenerla en el
hueco de un repasador, usar un cuchillo quebrado y sin filo, volver a
intentarlo varias veces. Los dedos curiosos se cortan al hacerlo, las uñas se
rompen: es un trabajo grosero. Los golpes que se le hacen marcan su envoltura
de redondeles blancos, de una especie de halo.
En el interior encontramos todo un mundo, para beber y comer bajo un firmamento
(literalmente hablando) de nácar, los cielos de arriba se inclinan sobre los
cielos de abajo, hasta formar sólo un charco, una bolsita viscosa y verduzca,
que fluye y refluye para el olor y la vista, enmarcada por una puntilla
negruzca en los bordes.
Alguna vez muy rara una fórmula perla en su garganta de nácar, con lo cual
enseguida encontramos con qué adornarnos.
Versión
de Annick Louis
No hay comentarios:
Publicar un comentario