Su sensibilidad animal
Miro
el noticiero: hombres a caballo
en
Mississippi, 1964,
y me
pregunto por los caballos.
De
los hombres, sé todo lo que hace falta.
¿Pero
esos caballos
sabían
a quiénes acarreaban,
los
crímenes que ayudaron a cometer?
Ni
las melenas magníficas ni los cuerpos bañados de sudor
resplandecientes
en el fragor de la batalla desigual,
ni
el estruendo de los cascos al aplastar todo a su paso,
ni
la danza embustera de sus patas,
ni
el peso enorme dirigido contra la presa inocente,
ni
siquiera la profundidad de esos ojos milenarios
ofrece
alguna pista.
Creemos
entender a los animales que criamos,
pero
poco sabemos de quienes hacemos uso y abuso,
imaginamos
que sienten como nosotros
o
asumimos que no tienen ningún sentimiento.
En
su sensibilidad animal,
¿les
molestará adónde los llevamos
y lo
que les obligamos a hacer?
Los
perros que atacaron los poblados sudafricanos
o se
echaron a los pies de Goebbels, Hitler, Hess.
Las
vacas sagradas de la India
que
obstruyen el tránsito en las calles de Nueva Delhi.
Los
elefantes que alimentan la memoria y los leones
cuyos
padres vagaron por la sabana, confinados en
zoológicos
mientras paseamos por sus vidas robadas.
El
cuervo que te abre la mochila, te quita
una
pastilla de jabón pero seguro no la acapara
por
razones que podamos entender.
Las
ballenas cuyo idioma resonante
nos
esforzamos por descifrar.
Los
gatos domésticos, que nos parecen imperturbables
con
sus modos lánguidos y su expresión de desdén.
Versión de Sandra Toro
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