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Los
gusanos dilapidan la carne de mi abuelo
descosen sus dedos
para vomitarlos en mis ojos.
Acepto ser océano para su pierna
destazo el músculo, lo andado y hasta el hueso
aparto
de sí mismo.
Oscurezco en paz.
A
cambio hablaré yo
la podredumbre
seré su voz descalza, su pureza.
Ahíta
en el tejido donde enmudeció su sangre
desollaré mi lengua de once años
para que mi idioma se aclare.
Quizá
me guarde un lunes o un diciembre de esos años
no la sal
no que lavé la gangrena
con la que te cobrabas
el respiro.
Nunca
como tú
esquivaré la sed
su esguince, mi miseria.
Prefiero
la palabra
su paso certero hacia el abismo.
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