viernes, 17 de mayo de 2013

JULIO ALFONSO CÁCERES






El arpa y la lluvia



La tristeza me viene del lado de la lluvia,
de la lenta neblina que recorta los árboles,
tal vez de la furtiva rapsodia de las hojas
que señalan su otoño al pie de las estatuas.

El amor en mi vida no ha sido una alborada,
siempre un caer de agua ha medido su espacio,
y cuando el día levanta sus banderas de sol,
allá en mi corazón se perfila un ocaso.

He recorrido siempre por tácitos países,
rompiendo noches, derribando estrellas,
para buscar la forma fugaz de la ternura
reflejada en el agua perdida de la ausencia.

Y he sido errante, viajero como el viento,
pasajero inconforme del beso y la sonrisa,
y a cada nuevo lirio crecido junto al alma
una espina reparte su frío y su silicio.

Oh el desierto del tedio, la rencorosa tierra
pisada en mil caminos de locura constante,
y esta urgencia de vinos en el alba apagada
cuando tras la caricia se hace grito el instante.

Y solo, siempre solo como esos puertos viejos,
donde ausentes gaviotas crucifican su vuelo
y algún marino inválido zurce redes de ensueños
mirando el horizonte siempre esquivo a su anhelo.

Por eso esta honda angustia, esta pena sin nombre,
que me invade afanosa como una ola amarga,
y este romper espejos para borrar imágenes
que el corazón inventa con latidos y sangre.

Será por eso triste nuestro amor silencioso,
nuestro amor confundido con caricias y lágrimas;
triste cual esos niños que se quedan dormidos
como rosas marchitas, tirados en la calle.

Oh amor, signo dorado, girasol rumoroso,
paraíso del canto, norte de la alegría,
por tu mano de seda y tus guitarras hondas
está llorando ahora mi juventud perdida.



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