El
arpa y la lluvia
La
tristeza me viene del lado de la lluvia,
de
la lenta neblina que recorta los árboles,
tal
vez de la furtiva rapsodia de las hojas
que
señalan su otoño al pie de las estatuas.
El
amor en mi vida no ha sido una alborada,
siempre
un caer de agua ha medido su espacio,
y
cuando el día levanta sus banderas de sol,
allá
en mi corazón se perfila un ocaso.
He
recorrido siempre por tácitos países,
rompiendo
noches, derribando estrellas,
para
buscar la forma fugaz de la ternura
reflejada
en el agua perdida de la ausencia.
Y
he sido errante, viajero como el viento,
pasajero
inconforme del beso y la sonrisa,
y
a cada nuevo lirio crecido junto al alma
una
espina reparte su frío y su silicio.
Oh
el desierto del tedio, la rencorosa tierra
pisada
en mil caminos de locura constante,
y
esta urgencia de vinos en el alba apagada
cuando
tras la caricia se hace grito el instante.
Y
solo, siempre solo como esos puertos viejos,
donde
ausentes gaviotas crucifican su vuelo
y
algún marino inválido zurce redes de ensueños
mirando
el horizonte siempre esquivo a su anhelo.
Por
eso esta honda angustia, esta pena sin nombre,
que
me invade afanosa como una ola amarga,
y
este romper espejos para borrar imágenes
que
el corazón inventa con latidos y sangre.
Será
por eso triste nuestro amor silencioso,
nuestro
amor confundido con caricias y lágrimas;
triste
cual esos niños que se quedan dormidos
como
rosas marchitas, tirados en la calle.
Oh
amor, signo dorado, girasol rumoroso,
paraíso
del canto, norte de la alegría,
por
tu mano de seda y tus guitarras hondas
está
llorando ahora mi juventud perdida.
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