Nada
Nada
nos queda, Amada; apenas esta
pesadumbre
sin fondo que nos mata;
finó
su voz el surtidor de plata
y
acallaron los pájaros su orquesta.
Se
acabaron los vinos de la fiesta
cuyo
recuerdo el corazón desata,
cuando
en el mal de la jornada ingrata
vemos
que fue su plenitud funesta.
Ya
tú no escuchas mi palabra fuerte;
por
la estepa medrosa, hacia la Muerte
llevamos
nuestro pávido quebranto,
y
aun cuando tú por el pavor te pasmas,
vamos
huyendo como dos fantasmas
que
tienen miedo de su propio espanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario