jueves, 15 de agosto de 2013

JUAN SANCHÉZ PELAEZ



  
Un día sea



Si solamente reposaran tus quejas a la orilla de mi país,
¿Hasta dónde podría llegar yo, hasta dónde
    podría?
Humanos, mi sangre es culpable.
Mi sangre no canta como una cabellera de laúd.
Ruedo a un pórtico de niebla estival.
Grito en un mundo sin agua ni sentido.
Un día sea. Un día finalizará este sueño.
Yo me levanto.
Yo te buscaré, claridad simple.
Yo fui prisionero en una celda
    de abúlicos mercaderes.

Me veo en constante fuga.
Me escapo a mí mismo
Y desciendo a mis oquedales de pavor.
Me despojo de imágenes falsas.
No escucharé.
Al nivel de la noche, mi sangre
    es una estrella
    que desvía de ruta.

He aquí el llamamiento. He aquí la voz.
Un mundo anterior, un mundo alzado sobre la dicha futura
Flota en la libre voluntad de los navíos.

Leones, no hay leones.
Mujeres, no hay mujeres.

Aquí me perteneces, vértigo anonadante —en mis palmas
    arrodilladas.

Un diluvio de fósforo primitivo en las cabinas de la tierra
    insomne.

El busto de las orquídeas
    iluminando como una antorcha el tacto de la
    tempestad.

Yo soy lo que no soy: Un paso de fervor. Un paso.
Me separan de ti. Nos separan.
Yo me he traicionado, inocencia vertical.
Me busco inútilmente.
¿Quién soy yo?

La mano del sollozo con su insignia de tímida flauta
    excavará el yeso desafiante en mis calzadas
    sobre las esfinges y los recuerdos.



De “Elena y los elementos”


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