Nadie te dio permiso
¿Quién te dio permiso de meterte en mis pensamientos?
¿Y te dio permiso de convertirte en mis silencios?
¿Con qué derecho apagaste mis sonrisas?
¿Y quién te dio derecho de enamorarme con mentiras?
¿Acaso no te diste cuenta, que puse las estrellas en tu
cama para que fueran tus luciérnagas?
¿Y no entendiste que por ti ahora comienzo a caminar a
tientas?
No, parece que no. Creo que no te diste cuenta.
Y el derecho y el permiso, te valieron una reverenda
mierda.
Y no importaron mis defensas, ni mis súplicas de que no
me lastimaras, que yo no buscaba nada, que yo no esperaba nada, más que una
simple sonrisa honesta por la mañana.
De nada sirvió que yo caminara despacio, que yo no
forzara los pasos que a tus brazos me llevaban.
Nadie te dio permiso, ni a ti te importó pedirlo.
Nadie previó ese daño, que me dejó entre el abismo y
una muerte que no acaba.
Pero aprendí a recoger mis pedazos, estoy aprendiendo a
reconstruirme en el camino, pues te llevaste el instructivo de mí.
Pero algo aprendí de este camino llamado tú.
Descubrí que se puede entregar todo sin dejar de ser
uno mismo, que se puede perdonar desde el pecho sin olvidar lo ocurrido, y que
ahora, aunque mucho te amo todavía, me la pienso dos veces antes de tomar de
nuevo tu mano para recorrer el mismo destino.
Descubrí que por mucho dolor que se queme en mis ojos,
en las lágrimas mismas, se encontrarán tus escombros.
No se irán, aunque tú ya lo haz lo hecho, aunque todo
este cielo quede tan lejos y roto. Ya que tú te haz plantado como raíz
encendida de un árbol eterno que permanece incendiando.
Un árbol eterno, que no se muere y se olvida.
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