martes, 5 de noviembre de 2013

NANCY MOREJÓN





Negro



Tu pelo, para algunos, era diablura del infierno; pero el zunzún allí puso su nido, sin reparos, cuando pendías en lo alto del horcón, frente al palacio de los capitanes. Dijeron, sí, que el polvo del camino te hizo infiel y violáceo, como esas flores invernales del trópico, siempre tan asombrosas y arrogantes.
Ya moribundo,
sospechan que tu sonrisa era salobre y tu musgo impalpable para el encuentro del amor. Otros afirman que tus palos de monte nos trajeron ese daño sombrío que no nos deja relucir ante Europa y que nos lanza, en la vorágine ritual, a ese ritmo imposible de los tambores innombrables. Nosotros amaremos por siempre tus huellas y tu ánimo de bronce porque has traído esa luz viva del pasado fluyente, ese dolor de haber entrado limpio a la batalla, ese afecto sencillo por las campanas y los ríos, ese rumor de aliento libre en primavera que corre al mar para volver
y volver a partir.


De “Piedra pulida”

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