lunes, 3 de febrero de 2014

ISABEL CADENAS CAÑÓN




Ocio (IV) 



Primero está la oscuridad breve, el espacio contenido en las ventanas cerradas.
El ruido del frigorífico que se apaga y da paso al los árboles y columpios de tarde de domingo.

La luz entra de a poco, espesa.
Es luz como acolchada que desborda las celosías y lo baña todo pero leve;
no luz cosida que se va a posar sobre los muebles tomando su geografía exacta.
Es luz de final de verano, que calienta ya lejana.

He visto esas hebras de puntos invadir horas idénticas.
Las tardes de siesta obligada de mi padre, mientras sus amigos conquistaban el frontón.
Su espera de la quietud completa, de la señal muda para huir.
Sé que jugaba entonces a abrir y cerrar las manos, a encarcelar las líneas claras que se colaban por rendijas que nunca vi y que recuerdo nítidamente.

Lo sé porque también ahora la luz es la sola presencia móvil de este cuarto, cuando la casa entera duerme y sin embargo afuera
y tú ignoras que el recuerdo prestado me impide cerrar los ojos.
Lo sé porque la luz marca este privilegio de estar despierta mientras tu brazo me cubre sin peso y sé que tengo que liberarme para escribir esta calma

y no.

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