Espejo
del artista
Me
voy a ir de este mundo
igual
que mis poemas, de la mano de la fantasía,
como
los pájaros que dibujan en el aire
extraños
presagios que después borran con su canto.
Quienes
no me conocen dirán que viví en el lecho del mar,
en
una torre encajada en el espíritu,
en
un balcón apoyado en la desesperación de la soledad,
en
un arca de madera y oro con compartimentos sagrados,
en
un sagrario de madera y piedra
dentro
de paredes interiores con incrustaciones de oro,
refugiado
en el exilio,
que
me extirparon los ojos para solo ver con los ojos de la poesía,
que
mi ambición por el amor fue más grande que mi talento.
Pero
solo fui un personaje ordinario, un vagabundo,
llorando
en un charco de humedad,
un
amante que sabe que en el amor uno entierra lo mejor de uno
para
reducir la guerra a dos.
A
estas alturas tengo dudas sobre la vida del texto
que
me ha tocado representar.
Mi
boca dice y mi cuerpo narra
cuando
los sueños alcanzan la inconsciencia.
Los
sueños son amantes ocasionales:
la
luz entraba a torrentes
(larvas
escarabajos y orugas)
un
nuevo Edén poblado de criaturas mágicas
cuando
al final de la noche, un desolado lugar,
perdido
entre la niebla.
Ahora
sé que para vivir en este mundo hace falta intuir la verdad:
oír
canciones tocados por instrumentos
que
suenan como el mar,
estrofas
sobre el vuelo de los pájaros en el cielo.
Porque,
al contrario, viví una casa desnuda
turbado
por las tempestades
o
apaciguado para despertar lo sórdido
que
aparece para trastornar la vida,
para
que uno busque la poesía en las montañas, en las costas
en
las canteras, en la vida que habitan los espíritus dentro de los espejos,
en
los árboles de corales envueltos en las profundidades submarinas
para
pintar pájaros y flores,
y
al hombre que sabe lo que le hace falta
pero
nunca sabe dónde encontrarlo
y
solo es un sombrero impresionista a punto de florecer
que
quiere acercar la ilusión a la realidad
para
saber de qué están hechos los terrores privados
y
el sol tenue que ilumina los valles de la memoria.
Como
en el alba queda el ropón ensangrentado de la novia
dejo
primaveras y cabras, campanas, voces y lirios,
existencias
egoístas y visiones que no son de fiar.
Me
da miedo envejecer y me mato por aferrarme a la vida,
porque
mi vida, como el espejo,
dice
y desdice, escribe y borra, construye y destruye,
afirma
y niega.
Granada, 10 de Abril de 2002
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