sábado, 12 de julio de 2014

JORGE LUIS MORALES


  

Sacudida a más luz

-V.A.-

  

Cuando la tierra fue tenida con su labio acuciante
pasamos, sin rumbo, a carpas abatidas
que sostenía un mestizaje de aleros suplantados.

La corcova de su rastro como ruina precisa
permitía ver en ellas, ser lo ido, y lo externo;
fortaleza expresada por entre vanos vulnerables
donde relucía breve la lisonja del presente.

Nos probamos anillos minúsculos, y en la bandeja,
su recinto, al desprendernos de ellos,
con los dedos abandonados y la miel sustraída,
vimos cómo se reflejaba la inicial de nuestros nombres
y, lentamente, y por turno, besamos el paño.

Aquella música aún suele ser abrazo
que agolpa, a un tiempo, las palabras referidas bajo ella
y lo no dicho, el ser en júbilo
con su palpar silente como riba divisable.

Qué dedicación al aire al sentirnos transportados;
salimos, y junto al motor, como piernas débiles,
vibraba nuestra voz aquilatada de preguntas.

En la cabina, agrupados, relatamos la umbría de lo ajeno,
pues afuera lo que se mueve y resta,
lo aplacado y, a la vez en ciernes,
se agitaba como una sierra que hiciera ulular su hoja,
abandonada por entre augures mecanismos.

Posesión tendida que vaciábamos lenta como un secreto,
un remedio de aldaba que abatiese por su son acumulado
y no por su llamar preciso;
posesión como un cofre, como un nuevo mandato,
al que acudíamos relictos y ávidos y nuevamente instantes.

 

 

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