sábado, 3 de octubre de 2015

MIGUEL ÁNXO FERNÁN-VELLO




Poema crepuscular



De qué constan las lunas del tiempo hecho ocaso
de tardes que no vuelven a derivar en noches,
qué materiales suspendidos de un único momento
permanecen sonámbulos en la luz de aquellas horas.
Queda detenido el gesto interior del recuerdo,
el sentido y las formas, la exactitud intensa
del brillo del crepúsculo en los ojos conmovidos.
Cómo invadir las cosas en un relevo de ecos
de un grave corazón sobre todo el espacio,
la música de las llamas que ardieron pensativas
sobre tanta distancia y horizonte y altura.

¿Por veces algún verso es sólo un silencio oscuro?
Una tarde es una fábrica de límites de fuego
que divide las palabras, un hueco en el horizonte
que penetra una espada de fulgor, sangre pura
de un labio que penetra entre la tierra y el aire.
Antes de la sombra un grito de fuego, color y luz
de espectro traspasado como una brasa antigua
por el tiempo sin carne, en el crepitar silente
de la añoranza en dureza de herida y de incendio.

De qué forma la nostalgia es un vacío crepúsculo
donde el cuerpo adivina un dolor frente al tiempo.
de qué lugar los ojos transmigran el recuerdo
de una ardiente salud, cuando el amor fluía
interminable sabia reverdeciendo el alma,
cuando el placer mordía un cielo por la sangre
una luna en la tarde que diluye la belleza.

Queda el amor en las cosas, desde las tardes, en el tiempo,
frente a la noche, en líquidos que desvelan la muerte.
Un color triste y profundo, encendido y espeso,
una sombra violenta que centellea en lo alto,
un espíritu oscuro como un cuerpo olvidado
que atraviesa una llama de purpúrea presencia.
Qué abismal para los ojos tanta hermosura.
Qué vértigo en el tiempo, qué locura infinita
frente al mar, esta muerte que calcina y consume
hasta la totalidad de las estrellas del fin que brillarán en la sangre.


De Livro das paisaxes vivas


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