sábado, 13 de febrero de 2016

LUIS ARMENTA MALPICA



  
Elocuencia del humo
  
Todo ese ropaje de polvo, ese velo de piel
ferroviaria oscurecida…
Allen Ginsberg



Los rieles, afianzados al suelo, se estremecen
con el presagio de una locomotora insumisa de ruedas
acercándose, con desmedido impulso
a la estación de origen.

Ya se escucha el piafar de sus caballos
con sus crines al viento.
Esos humos oscuros, tan remotos
trotaban por el aire; en las nubes añiles
(de reflejos metálicos porque, tal vez, las ruedas destellaban
el acero cromado, el manganeso
esa armazón de rayos primeriza, luego placa, al fin rotor
que probaba correr a ciento veinte kilómetros por hora
dejando en los durmientes un suave hollín por rastro y pesadilla)
unas coces violentas reseñaban la huida
de quién
por qué
hacia dónde…

Uncidos por una larga brida de cuero, herraje y clavos
los vagones se avientan con premura, se abrazan y jadean
se estorban, pisan, saltan sin que jinete alguno los controle
(no hay un caballerango que sostenga el cabestro
la montura está suelta, el ronzal cuelga a un lado de la locomotora;
no hay pie sobre la espuela, ni manos en la albarda).

Qué sería del jinete
en cuál vagón buscarle
y desde cuándo…

Los rieles se encabritan ante un muro de piedra que pregona
con un fuete de polvo, el final del camino.

Un relincho angustioso relampaguea en las nubes.

Es el humo que tose y asfixia a la caldera.
El humo en que se inmola
el tren de mis caricias
por mi cuerpo.

No recordaba —torpe— que a partir de mi infancia
juré prestar ese tren de vapor
a mis amigos.

con Steve Reich


(Poemas tomados de Cantara, incluido en El mundo era un prodigio. UNAM, colección El Ala del Tigre, 1998.)


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