viernes, 19 de febrero de 2016

LUIS ARMENTA MALPICA




El pez inmerso



El pez será una ausencia cuando ya no lo nombren
mientras no puedan verlo las arañas
ni se le dé por muerto
en algún nido.
El pez será el asombro que se finja
cuando al ir al zoológico
en la sección de historia se le mire
disecado
encima de una ficha:
Pez
                         extinto.
Entonces se le echará de menos.
Más de alguno dirá que él sí lo conocía:
era dueño de un par de poderosos alerones
cubierto con escamas de metal
y en la punta del cuerpo
en el timón de mando
una cortina de humo
ensombrecía
su avance.
Y otro dirá que no
que el pez era un antiguo rascacielos
especie de pirámide de vidrio y argamasa
en donde los muchachos escondían las monedas
robadas a sus padres.
Y una anciana gloriosa
(lo que denotará su estirpe y sexo)
abrirá los olanes de su blusa
desarmará su torso
y enseñará en la aréola
el cuerpo inconfundible del pez
en sus costillas.
Y ella no dirá el nombre que una vez fue
la herencia del agua
no dirá que malagua fue un invento de ancianos
y que no existe otro animal que el hombre…
Se quedará
desnuda
tan pez
como hace ya
muchísimo
estuviera
al acecho
de un nuevo golpe
de años
que la conduzca
al agua.
La mujer
en medio de la burbuja de aire
surgida de su aureola
beberá de una vez lo que una vez dio
a su hijo
se enganchará por siempre
en su anzuelo de madre
y morirá tranquila
atravesados los labios por un beso
los ojos de un crepúsculo blanco
y el corazón
partido en tres
por una gota de agua.
Y los desconocidos se dirán entre sí…
«Era la ungida».
Ella
en la agonía del pez
convulsionada
negará con los ojos.
Todo eso fue mentira.
Solo hay algo que de ella va a decirse
sin que el hombre recele:
la mujer era
el pez.
Siempre lo ha sido.
Mas los hombres esperan
porque habrá de llegar de algún sitio
del hombre
la migala.




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