Escrito
desde el purgatorio
Mis
huesos desnudos
no
son necesariamente una mala señal,
es
probable que en el afán de mostrarte
el
color de mi alma la sonrisa desfigure en mueca.
Apuesto
que no me has visto por la calle
con
mi paraguas negro y mis libros en la mano;
cuando
me veas, obsérvame bien,
pues
pueda que yo sea uno de los tantos zombis
que
habitan esta ciudad y cualquier madrugada
peques
por necrofilia.
Yo
trabajaba en una oficina y creían que estaba viva,
yo
trabajaba en una escuela y decían que estaba viva,
yo
alimentaba a los niños y comía yo también
con
las mandíbulas bien apretadas
y aún
así decían que estaba viva;
pero
en las noches me asomaba a la ventana
y
veía a mamá remendando mis alas con su sangre.
¿Por
qué no puedes hablar de tu madre
sin
que broten las lágrimas?
Es que madre no sabe que estoy muerta
Es que madre no sabe que estoy muerta
e
insiste en coserme un vestido de bodas.
También
hubo un tiempo
en el
que bailaban las estrellas en mi cuarto
y
papá sabía que ensuciarían mi cabello,
aún
así, no las apagó;
pero
ahora es el agua la que me inunda,
y
llevo una mariposa azul en la solapa
que
huye de la mandrágora.
Sílabas
y sílabas, alfabeto derramado
sobre
las margaritas del patio.
He
puesto comas donde iban los guiones
y
tengo ganas de escribir pero mi mano delira.
Quiero
gritar que la muerte no tiene boca
ni
posesión de gusanos,
sólo
una triste cara detrás de un escritorio.
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