lunes, 5 de septiembre de 2016

DENNIS ÁVILA



  
El viejo Tony



En la antigüedad
los barberos suavizaban el filo de sus navajas:
por un lado el cuero, por el otro las sombras;
así era el viejo Tony.

Capataz de la paciencia, olvidaba barrer
y al menor descuido dibujábamos figuras
en la hojarasca de cabellos que cubría el piso.

Esto lo enfurecía, pero después
reanudaba el colibrí de metal
que vivía en su mano.

Para todos había un lugar
en su silla emblemática:
a los adultos los acostaba
para hacerles la barba,
cubiertos con la frazada
que deben usar los reyes para dormir;
a los niños nos ponía una tablita
para alcanzar la estatura de los hombres,
y si llorábamos
nos untaba espuma de afeitar.

Cuenta la leyenda que renunció a morir.

Postrado en la cama de sus últimos días
se negó a vender su silla
a unos coleccionistas.

Hoy, el fantasma de Tony,
la protege en el museo de su patio
como si fuera un Cadillac.


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