El
viejo Tony
En la
antigüedad
los
barberos suavizaban el filo de sus navajas:
por
un lado el cuero, por el otro las sombras;
así
era el viejo Tony.
Capataz de la paciencia, olvidaba barrer
y al
menor descuido dibujábamos figuras
en la
hojarasca de cabellos que cubría el piso.
Esto
lo enfurecía, pero después
reanudaba
el colibrí de metal
que
vivía en su mano.
Para
todos había un lugar
en su
silla emblemática:
a los
adultos los acostaba
para
hacerles la barba,
cubiertos
con la frazada
que
deben usar los reyes para dormir;
a los
niños nos ponía una tablita
para
alcanzar la estatura de los hombres,
y si
llorábamos
nos
untaba espuma de afeitar.
Cuenta
la leyenda que renunció a morir.
Postrado
en la cama de sus últimos días
se
negó a vender su silla
a
unos coleccionistas.
Hoy,
el fantasma de Tony,
la
protege en el museo de su patio
como
si fuera un Cadillac.
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