La Habana,
1958
Chucho
Valdés le afinaba
el
piano a mi abuela
cuando
vivíamos en el malecón
y
ella regenteaba un burdel.
Mi
abuela le decía
negro buaié
y lo
esperaba días y días
prendiéndole
velas
al
Santo de los Negros Afinadores.
Lo
atendía con café y canela
mientras
Chucho le afinaba
el
instrumento.
Así
aprendió a tocar
el
piano.
Mi
abuela creyó que era
un
desperdicio
que
negro tan lindo y hábil
sólo
usara el clavijero
como
parte de su trabajo
y no
por puro placer.
Entonces
le permitió
que
deslizara sus dedos
por
todo el encordado.
Era
una maravilla
cómo
sonaban las cuerdas
del
piano de mi abuela
en
las manos
de
Chucho Valdés
practicando.
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