Sábado
de isobaras
Sin un temblor me aíslo tras el anverso de mis manos:
las palmas empujan el aire (aunque no lo creas, ofrece resistencia).
Mi única salvación es huir.
Huir, antes de que estalle la borrasca que presiento
(mantén la mirada firme -me digo- en una sola dirección).
Pero he amanecido como si me doliera el día,
y el sábado -o el mundo-, entre mis dedos,
no es más que una enorme jaula:
estoy fuera, y no sé cómo volver a entrar.
Sin un temblor me aíslo tras el anverso de mis manos:
las palmas empujan el aire (aunque no lo creas, ofrece resistencia).
Mi única salvación es huir.
Huir, antes de que estalle la borrasca que presiento
(mantén la mirada firme -me digo- en una sola dirección).
Pero he amanecido como si me doliera el día,
y el sábado -o el mundo-, entre mis dedos,
no es más que una enorme jaula:
estoy fuera, y no sé cómo volver a entrar.
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