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ES EL VIEJO PHILLIPUS
empañado en el espejo,
ensayando en el silencio el sendero más estrecho,
cuando razones y palabras
ya no arden de su boca.
¿Para qué?
¿Para quién?
Apenas un jadeo.
La noche como un río que se curva.
El húmedo cuchillo de la luna
raspando las tinieblas.
La escritura sin rostro de la muerte.
La espesa neblina de la sangre.
Saturada la esperanza,
Phillipus de Arimatea
emerge de un sueño entrecortado
sin desplomarse todavía,
como un fúnebre acróbata,
en la cuerda más frágil del corazón,
donde ya sólo vibran para él amargos estertores.
El hombre, según Phillipus,
es un pensamiento nihilista en la mente de Dios.
De: “Zarabanda de la Muerte Oscura”
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