martes, 28 de noviembre de 2017

ANGÉLICA HOYOS GUZMÁN




Lugares comunes



El hambre es nuestro alimento,
nuestra hermandad.
En la cocina fabricamos las miserias.
Se nos llena el abismo
con pasos apresurados
de paranoicos
en la prisión de un cuerpo
ajado por la lluvia.

No nos salva
ni la primera estrella de la noche
ni el rayo de la mañana
a través de los cristales
para bendecir un pan viejo.

El tiempo se nos escapa
en el basurero que apila los adioses,
allí donde mueren mujeres mientras escribo.

Los niños aprenden a caminar antes del bombardeo.
Poco importa esta letra de nada
este mundo entierra a sus hijos con los ojos abiertos
para mirar más de cerca.

La caligrafía se abandona al guiso del bistec
amargo entre sus tejidos.

Ni siquiera somos dignos de la queja
el alarido fugaz no nos resigna.

Al final Dios nos espera
para decirnos que él no es el principio.

A mediodía se esconden los fantasmas
con su traje repulsivo que amenaza con iluminar todo.

La bulla del tráfico persiste en lo que no seremos.

Es la diana de los sueños astillados.

Nos demuele
como pelota de hierro al edificio
de cualquier construcción defectuosa y telúrica.

En esta soledad multiplicada
nos abandonamos a la inercia de una palabra
que apenas balbuceamos.

Un calambre abdominal nos acecha
nos deja ausentes
abriendo la palma de la mano
en una avenida muy familiar.


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