Porque el final de los
tiempos
es
igual a su principio—
repetías
sin cesar
mientras
la bruma abatía las calles
y París
se incendiaba
en el
imaginario de la guerra
No
quedó respiro alguno
ni
siquiera el limo de un ave fénix
que
pudiera alimentar la esperanza
de la
resurrección
Ni la
palabra cabe en el temblor de una pluma
ni las
sendas en el grano de arenisca
Contención
el
dolor se desborda y se aprisiona
en la
miríada del gorjeo
o en el
balbuceo de quien perdido
avizora
el calado de la razón.
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