Guardemos todos pájaros bajo la falda
Alejémonos
de la absoluta blancura
de
pechos minimalistas y lunas griegas
Césares
castrati y ángeles perversos.
De
sus volantes y sus frunces, alejémonos
dejemos
de flotar en la espuma de esas mentas
—que
somos polvo maliciento—
mantengamos
los dedos activos
aunque
sean silencio las notas del piano
y
estén vibrosas, toqueteantes por aquí y por allá,
las
teclas de este enorme amante negro.
Guardemos
hombres y mujeres bajo las faldas
pajarillos
de todos colores,
tibiemos
la piel de madre-humedad
para
que no aleteen pequeñas sus pestañas por el frío
y
suden consuelo en el aislamiento.
Seamos
oscuros
y
huyamos de la absolutista elocuencia del cielo,
apretemos
con las piernas tantos pájaros como se pueda madurar
hasta
que revienten de blancas y puras plumas
como
hacen las más tercas, temibles y amorosas muchachillas
con
su manchón de vellos.
Entonces
volarán los gorriones de la garganta
y
posible es —que sólo así— listos estemos
para
pertenecer al elegante mármol del cementerio y ser
un
puñado
de
flores agresivas.
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