XII
Saturada
su piel,
ceñida
tenazmente por mi cuerpo,
que
hasta en su respirar
mi amor
va desplegando
la
pétrea flor, la rosa que se fija.
El
tiempo pule en ella
su
preciso diamante, duro rastro
que en
mi cuerpo perdura.
Cristal
clarividente
que así
me ve caer desde sus ojos.
Al
fuego que me esconde
la
calma castidad de tus modales,
a ese
voy cayendo
como si
de la tumba
que es
siempre hospitalaria, se tratase.
Así mi
mano extiende,
urgida
de apurar esa distancia,
la
calidez del tacto
donde
ganar se puede
la más
oculta gloria de dos cuerpos.
De: “Fundación de la casa”
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