sábado, 6 de enero de 2018

DOUGLAS TÉLLEZ




Devenir



Nunca alcanzó la otra orilla de la pista,
el autobús se detuvo de golpe y entre los pasajeros
hubo pánico. Algunos curiosos descendimos,
para ver la agonía del animal tirado sobre el asfalto.
Sangraba y daba patadas de moribundo como las
cucarachas que siempre mueren patas arriba.
Sentimos pesar por la noble bestia.
La semana siguiente pasé por el mismo lugar,
ahí seguía el caballo muerto, hirviendo de gusanos,
con los ojos devorados por los zopilotes, con las vísceras
verdeazules tendidas al viento.
Regrese nuevamente a aquel lugar,
del caballo sólo quedaban despojos,
un cadavérico esqueleto forrado con trozos
de tiesos cueros negros como en las películas del Western.
Aun merodeaban los zopilotes
y los gusanos se daban el último banquete.
En mi cuarto viaje contemple
una osamenta blanca, expuesta al sol,
dominando el paisaje, como una gótica catedral
que se alza sobre un jardín  de zarzas.
No sé cuántas veces he hecho el mismo
viaje y me detengo en aquel lugar.
Del caballo no queda nada.
Las hormigas se pierden donde crece la hierba.
La pista es otra, los viajeros somos otros.
Olvidé muchas cosas, pero siempre
recuerdo la agonía y muerte del caballo
Quizás porque el destino de un perro,
un pájaro, una serpiente, una vaca, un caballo,
un asno, una flor o un hombre es el mismo.


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