Devenir
Nunca
alcanzó la otra orilla de la pista,
el
autobús se detuvo de golpe y entre los pasajeros
hubo
pánico. Algunos curiosos descendimos,
para
ver la agonía del animal tirado sobre el asfalto.
Sangraba
y daba patadas de moribundo como las
cucarachas
que siempre mueren patas arriba.
Sentimos
pesar por la noble bestia.
La
semana siguiente pasé por el mismo lugar,
ahí
seguía el caballo muerto, hirviendo de gusanos,
con
los ojos devorados por los zopilotes, con las vísceras
verdeazules
tendidas al viento.
Regrese
nuevamente a aquel lugar,
del
caballo sólo quedaban despojos,
un
cadavérico esqueleto forrado con trozos
de tiesos
cueros negros como en las películas del Western.
Aun
merodeaban los zopilotes
y
los gusanos se daban el último banquete.
En
mi cuarto viaje contemple
una
osamenta blanca, expuesta al sol,
dominando
el paisaje, como una gótica catedral
que
se alza sobre un jardín de zarzas.
No
sé cuántas veces he hecho el mismo
viaje
y me detengo en aquel lugar.
Del
caballo no queda nada.
Las
hormigas se pierden donde crece la hierba.
La
pista es otra, los viajeros somos otros.
Olvidé
muchas cosas, pero siempre
recuerdo
la agonía y muerte del caballo
Quizás
porque el destino de un perro,
un
pájaro, una serpiente, una vaca, un caballo,
un
asno, una flor o un hombre es el mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario