Poema de tu cuerpo
Como
una hormiga de plata
mi voz
va recorriendo, lentamente,
hoy que
ya no te veo,
el
nardo luminoso de tu cuerpo...
Mi voz,
que soy yo mismo
en la
presencia de todas las distancias
de tu
carne sonora,
que
como flor y como seda
gime
cuando mi boca se preludia en besos
en la
brasa anhelante de tus labios,
clavel
sangrando en ríos de esperanza
que
disuelven la menta del deseo.
En el
seno de sombras de esta noche de otoño
repaso
la geometría de tu cuerpo,
hecha
de selva y de marfil,
de
brisa que se detiene
y toma
una forma intangible
para
cantar en brazos y cabello
la
sinfonía germinal de un sueño
fundido
en el crisol de alguna estrella,
¡tan
alta y tan lejana,
que
sólo en ti se realizó el milagro
y que
no vuelve a realizarse nunca!
¡Así,
toda desnuda,
como tu
ausencia y tu presencia juntas
en tus
senos votivos,
vigilantes
de mi angustia
que
busca en cada ofrenda
el
relámpago vivo de tu carne
que
estalla en mí
para
beber mi aliento!
Entonces,
sólo entonces,
tus
pestañas me impiden ver tus ojos,
pero
sin darme cuenta
de que
en ellos he naufragado íntegro
y que
no queda del naufragio
sino el
despojo de mis alas muertas
sobre
la arena fría de una playa sin olas y desierta.
Tú no
te entregas nunca:
tu
fatiga es tuya solamente;
la
disfrutas muy adentro de ti,
como la
vida, no sales del botón de la promesa;
cuando
te das, te quedas en ti misma,
como la
nube que, si se hila en agua
para
caer sobre la tierra entera,
es para
levantarse de nuevo
y
nuevamente ser agua y nube en el vellón viajero.
Hay
islas en tu cuerpo:
las
recuerdo una por una y todas
forman
el archipiélago de mis besos
que
viven de estar en ti presentes
o de
quemarse en mí para ser tuyos
y
modelarte a su contacto
en el
molde sediento de la palabra mía.
Pensar
que tú eres mía,
creer
que tú eres mía,
saber
que tú eres mía
y
sentir que lo eres,
como es
mía la voz que te acaricia,
como es
mía esta sombra que me grita
que es
alma para verte.
¡Ah,
cómo pudiera ser mar para quedarme
en la
sirena de tu cuerpo!
Ser ola
y sal para beber tu cuerpo!
¡Y cómo
estoy en ti sin que me veas,
hecho
beso y caricia trashumantes
en la
selva de voces de tu carne,
y en tu
alma la nota de silencio!
¡Oh,
lágrimas lloradas
en
infinitas noches de angustia de tu cuerpo,
como
ésta de otoño en que yo siento
que te
quedas tallada en mi cerebro
en
actitud de mármol,
sin
sangre, sin palabras,
presente
en el dolor de la distancia,
quieta
en la piedra de mi propio llanto!
Pero al
tender los brazos tan cansados
se me
escapa como el aliento en que se va la vida
y como
luz que adentro se me apaga.
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