Cásida XXII
Te
recuerdo con nostalgia en al-Zahra[1]
claro
el horizonte, puro el espejo de la tierra,
con la
brisa tan suave de sus tardes,
que me
compadece y con su piedad se hace más mansa.
Y los
arriates con sus riachuelos de plata me sonríen
como
con collares desgarrados de tu cuello.
Un día
como otros de placeres ya pasados
en
cuyas noches fuimos ladrones mientras el destino dormía.
Cautivados
por las flores solícitas,
tan
colmas de rocío que inclinaban sus tallos,
como
ojos que contemplan mi descanso
y
lloran por mí lágrimas a raudales.
Una
rosa luciente en su trono de sol,
que
aumenta a la mirada el esplendor de la mañana.
Un
fragante nenúfar con ella rivaliza,
cuando
la aurora aleja el sueño de sus hojas.
Todo
aviva el recuerdo de mi amor,
por él
se oprime mi pecho sin alivio.
¡Niégue
Dios el reposo al corazón que de ti se olvidara
y no
vuele otra vez con las alas vivaces de la pasión!
Si la
brisa me tomara a su paso
te
llevaría un hombre consumido por sus penas.
Si
cumpliera el deseo de nuestra unión,
sería
para mí el día más cumplido.
¡Mi
joya la más preciosa y excelsa, tan querida
para
mí!, cuando los amantes adquirían joyas de devoción.
En otro
tiempo la emulación en el amor más puro
era la
arena donde libres corríamos.
Pero
hoy hasta el tiempo tan amable a mi lado
has
olvidado, y quedo, ¡ay!, para siempre solo con mi amor.
—Ibn Zaydún (m. 463 h / 1070 n.e.) Córdoba—
[1] Así era conocida la
residencia califal de ‘Abd al Rhmán III, cerca de Córdoba; significa “la
resplandeciente”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario