En tus ojos, el mundo ajusta su hora
Antes
de que fueras mi amada
había
más calendarios para contar el tiempo:
los
hindúes,
los
chinos,
los
persas
y los
egipcios tenían sus calendarios.
Después
de ser mi amada,
la
gente comenzó a decir:
el año
mil antes de sus ojos
y el
siglo décimo después de sus ojos.
En tu
amor alcancé el grado de evaporación,
el agua
del mar se tornó mayor que el mar,
la
lágrima del ojo mayor que el ojo
y la
superficie de la herida
mayor
que la de la carne.
No
puedo quererte más aún
ni
estar más unido a ti.
Mis
labios no bastan para cubrir los tuyos,
mis
brazos no bastan para ceñir tu cintura
y las
palabras que conozco
son
muchas menos
que los
lunares que adornan tu cuerpo.
No
puedo
adentrarme
más en la espesura de tu pelo:
llevan
años
publicando
en los periódicos que estoy perdido.
Sigo
perdido
hasta
próximo aviso.
El
lenguaje es ya insuficiente para pronunciarte
y las
palabras son como caballos de madera
que
corren tras de ti noche y día,
sin
alcanzarte.
Siempre
que me acusan de quererte,
me
siento superior;
convoco
una rueda de prensa
y
reparto tus fotos a los periodistas,
aparezco
en la pantalla del televisor
con la
rosa del escándalo
prendida
en mi ropa.
Escuchaba
a los enamorados
hablar
de sus amores,
y me
reía.
Pero
cuando volví al hotel
y tomé
el café, solo,
supe
cómo penetra el puñal del amor en el costado
para no
salir nunca.
Mi
problema con la crítica
es que
siempre que escribo un poema en negro,
dicen
que lo he copiado de tus ojos.
Mi
problema con las mujeres
es que
siempre que niego mi relación contigo,
oyen el
tintineo de tus pulseras
en la
vibración de mi voz
y ven
tu camisón
colgado
en el armario de mi recuerdo.
No me
acostumbres a ti:
el
médico me ha aconsejado
que no
mantenga mis labios en los tuyos
más de
cinco minutos,
ni me
siente bajo el sol de tus pechos
más de
un minuto,
para no
abrasarme.
Si
conoces a un hombre
que te
quiera más que yo,
preséntamelo
para
felicitarlo
y luego
matarlo.
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