La mujer infinita
Por Dios, que he
visto esos dos ojos negros,
esas caderas anchas,
esa forma
de culear andando,
esas dos tetas
Rafael Alberti
Por la
calle me digo:
“No sé
por qué será”.
Y en
realidad, lo sé.
Será la
primavera,
o esa forma
que tienes
de
colocarte el pelo
tras la
oreja.
Podría
ser también
el tono
de la voz,
las
palabras exactas
que
pronuncias,
la
manera que tienes
de
decir, de callar.
Es
bastante posible
que sea
“esa forma
de
culear andando”,
calle
arriba y abajo,
por los
umbrales leves
del
oculto Albayzín.
En el
surgir probable
de una
tibia sonrisa
o en el
latir oscuro
de un
profundo desvelo.
En el
mirar ausente
por las
grietas del mundo
o en el
estar pendiente
a los
actos, los gestos.
En
realidad no sé.
Ciertamente
parece
que
hubieras devenido
consumación
del tiempo,
que
miles de millones
de años
de evolución
te
hubieran otorgado
el
poder increíble
de ser
la más perfecta
creación
del universo.
Una
divinidad
cachonda
y callejera.
Una
mitología
suburbana
y moderna.
Afrodita
perdida
o
cotidiana diosa.
Pero
todo pudiera
ser -y
puede que sea
quizá-
este discurrir
mundano
en un paseo
por tu
siempre figura.
Puede,
también, quizá,
que me
has enamorado,
tanto
hoy como ayer,
anónima
mujer,
con
quien nunca he hablado
y a
quien siempre amaré.
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