lunes, 23 de julio de 2018

ERNESTINA YÉPIZ





Delicadezas



Y si bien
el amor llega a gastarse
como se gastan las sábanas de una cama
o de tanto escribir en ellas
se gastan las hojas de un cuaderno,
hay amantes que llegan a creer
—a la manera del andrógino de Platón—
que en lugar de dos son uno:
se sientan en una misma silla,
beben de una misma copa,
comen también de un mismo plato,
fuman de un mismo cigarrillo;
en la cafetería piden un solo postre
y una única taza de café.
A la hora de bañarse
lo hacen bajo una misma regadera,
se secan con la misma toalla,
usan el mismo cepillo de dientes
e igual pasa con el peine del cabello,
el perfume, el desodorante, la crema para el rostro…
todo —todo— es siempre para uno.
Calzan —además— el mismo par de zapatos,
y van vestido con la misma ropa.
E incluso esos amantes llegan a creer
que poseen una sola alma
y tienen un único corazón:
tan convencidos están de ello
que respiran a un mismo tiempo,
duermen a las mismas horas,
comparten también la misma almohada,
el mismo lado de la cama…
Y en los días de lluvia se sientan en el balcón
a contar las gotas de agua que resbalan por el tejado
y nadie sabe por qué
de pronto se sienten como un árbol
con las raíces expuestas a mitad de la calle.
Y en esos momentos
—a esos amantes de que hablo—
les reconforta pensar
que en lugar de dos muertes tendrán una.
Esto significa: una sola misa de cuerpo presente
y que el hermoso cofre de roble blanco,
tan amorosamente tallado para la ocasión,
solo albergará unas cenizas.


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