Delicadezas
Y si
bien
el amor
llega a gastarse
como se
gastan las sábanas de una cama
o de
tanto escribir en ellas
se
gastan las hojas de un cuaderno,
hay
amantes que llegan a creer
—a la
manera del andrógino de Platón—
que en
lugar de dos son uno:
se
sientan en una misma silla,
beben
de una misma copa,
comen
también de un mismo plato,
fuman
de un mismo cigarrillo;
en la
cafetería piden un solo postre
y una
única taza de café.
A la
hora de bañarse
lo
hacen bajo una misma regadera,
se
secan con la misma toalla,
usan el
mismo cepillo de dientes
e igual
pasa con el peine del cabello,
el
perfume, el desodorante, la crema para el rostro…
todo
—todo— es siempre para uno.
Calzan
—además— el mismo par de zapatos,
y van
vestido con la misma ropa.
E
incluso esos amantes llegan a creer
que
poseen una sola alma
y
tienen un único corazón:
tan
convencidos están de ello
que
respiran a un mismo tiempo,
duermen
a las mismas horas,
comparten
también la misma almohada,
el
mismo lado de la cama…
Y en
los días de lluvia se sientan en el balcón
a
contar las gotas de agua que resbalan por el tejado
y nadie
sabe por qué
de
pronto se sienten como un árbol
con las
raíces expuestas a mitad de la calle.
Y en
esos momentos
—a esos
amantes de que hablo—
les
reconforta pensar
que en
lugar de dos muertes tendrán una.
Esto
significa: una sola misa de cuerpo presente
y que
el hermoso cofre de roble blanco,
tan
amorosamente tallado para la ocasión,
solo
albergará unas cenizas.
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