miércoles, 22 de agosto de 2018

JOSÉ ALFREDO SOTO



  

Tú, este lugar, estás
repleta de brazos, tienes tu reflejo,
que son tus años y reflejo
solamente de ti misma.
Son tus gentes brazos
engazados en bronce
y tu costillas frías, tú
eres espina reflejante,
escalinata, parques
y adoquines azulados,
polvo de cristal
de hombre herido que se vierte
por las fisuras,
y reflejos de humo y mieles
de la muerte de ti misma
que muere
en tus brazos y en otra
y otra y otra
sangre iluminada.
Se invierte ahora, penetramos
por tus poros, manantiales
tus costillas, ahora
también vetas
de proyectiles hacia sí mismos.
Y ahí,
ahí estamos nosotros
encendiéndonos
porque somos luz,
escondiéndonos
porque la luz que somos hiere,
nos hiere
y en las ranuras acomodamos el cuerpo,
nos despojamos.
Esas  agujas y plumas,
esos dolores de la sangre que te llena
somos nosotros,
nosotros que bramamos
desde tus costillas, reflejados
y en el vaivén de tus manos,
somos engranes cada vez
más muertos.
Después
de vez en vez
mucho después
en el polvo
revividos.



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