sábado, 10 de noviembre de 2018

RICARDO CASTILLO





El que no es cabrón no es hombre



La suerte le dio el martillazo a su cochinito, sacó sus ahorros y acabó
            de mandarme a chingar a mi madre.
Si seré pendejo.
No son épocas de echar el rol con contemplaciones, de
            jugar al buen amigo con el pellejo.
La ciudad no da la mano, no abre las piernas, tira patadas
            como monito de futbolito.
(15 de abril, a la primavera le aprietan los choclos, trae la lengua
            de corbata como si le hubieran robado
            toda su crema, toda su nata)
Salgo a la calle y no me queda otra que rumiar, que chupar
            calcio en la Avenida Alcalde.
Mi corazón echa vinagre, mi esqueleto se marea, el muy
            puto se lleva las manos a la cabeza
y dice que la muerte es un puchero sentimentalón difícil
            de tragar como el pinole.
Camino de a gallinita ciega.
La tranquilidad de las 6 de la tarde me pega en las
            costillas seis campanazos en todo lo alto.
Esta tranquilidad es una macana lista para cualquier
            mandado;
las moscas que atormenten la seguridad del sistema
tendrán que vérselas con el Borra-Manchas.
Caminen pajaritos, circulen por favor.
Y sigo, las mujeres están buenas y frías como sorbetes,
no quieren acostarse con uno, no se atreven siquiera a
            meter la mano por la bragueta.
Oh, oh desolación (esta risa es de pendejo).
Y qué pinche embuste,
qué momento para estar chingando a mi madre.
Si seré pendejo, si me faltará muchísimo para cabrón.


De: “El Pobrecito señor X”


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