sábado, 12 de enero de 2019

CARLOS MANUEL VILLALOBOS





Acepciones infinitas



Toda oveja es un abrigo. Toda vaca es un vaso de leche. Todo perro es una alegría de colas columpiándose. Todo elefante es un presente de marfil para una sala. Fácil es definir a casi todos los seres de este zoológico llamado Tierra. Pero no es posible decir lo mismo del cóccido o la cochinilla.

Toda cochinilla es una goma de laca para barnices, es una tinta litográfica que avisa los avisos, es un aprestado de sombreros, un aeroplano, un disco fonográfico, un botón de muestra, una flor artificial.

Toda cochinilla es un linóleo, un tinte rojo para teñir los sueños comerciales de los colonos europeos en México y Centroamérica.

Todo cóccido es un dulce de taray cayendo en el desierto. Es un panadero al servicio de Moisés para que no mueran de hambre las ganas de una tierra prometida.

Todo cóccido es un cosmético, un medicamento, un colorante para refrescos, una goma de mascar entre los indígenas de California, una cera para bujías en el Extremo Oriente.

Todo cóccido es un acertijo de acepciones infinitas.

¿Quién tiznó su porvenir con inmundas
tintas y cochinas sustancias pegajosas?

¿Quién prohibió nombrar su hazaña
cuando hacía milagros de maná para Moisés?

¿Quién masticó sus huesos de chicle
y escupió su nombre en un rincón de la memoria?

¿Acaso fue esta criatura de alas tristes
la que pintó la sangre de Dios aquella
transfusión creadora, según las Escrituras?

¿Acaso fue este ser de ingredientes imposibles
el que pintó de ganas rojas la prohibida
manzana del Edén?

¿Acaso fue esta forma de amalgama viva
la que untó Noé en las mojadas esquinas de su delirio?

¿Quién echó a andar este mercado de mil
enjundias y mixturas ilimitadas?

¿Quién está usando sus huesos
para pintar la Coca Sangre de nuestra sed?

¿Quién está usando sus riñones diminutos
para teñir la bata comercial de Santa Claus,
o el babydoll de la Gran Puta, según el Apocalipsis?



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