miércoles, 13 de febrero de 2019

ERICK AGUIRRE




Los elíxires del Diablo

“Así vi al Diablo anoche:
posado sobre mi pecho
como un juguete horrible”
(Carlos Martínez Rivas)

En una calle de Bamberg, Alemania,
frente al número 26 de Schillerplatz,
bajo un castaño joven
que mira hacia viejos balcones;
estuve asustado esperando
a que mis colegas salieran
de la vieja casa donde vivió Hoffman.

Ernesto Teodoro Amadeo Hoffman
estaba ahí, mirándonos subir penosamente
los peldaños de su casa,
laberíntica y estrecha,
llena desde hace siglos
con su invisible presencia.

Bogdan Zalewski, mi amigo de Kracovia,
quizás pensó que aquello sólo era un disparate.
Él, que sabe distinguir
la esencia de los sueños,
su misterioso y difícil significado
bordeando los lindes
entre la vida y la muerte;
no sintió el frío espantoso
de su absoluta mirada
que me llevó a salir corriendo hasta la calle,
a buscar en el refugio de un castaño
el sentido de las cosas más allá de la razón.

Fue el destello deslumbrante de la casualidad,
esa revelación trascendente y espontánea
que nos hace arrojar piedras
en la plácida laguna de la lógica;
lo que me enfrentó a su rostro,
a sus ojos de fraile esquizofrénico
mirándonos a todos con cínica inclemencia.


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