Riberas perdidas
No
junto a claros ríos
sino a
orillas de tristes ciénagas
descansábamos;
sumergir
la mano
era
perderla
en el
cieno
corrompido
del fondo.
Y el
verde de los olmos
lucía
en la
calígine;
estaban
frescas las flores
del
prado;
y de
otras flores se nutría
valiente
el
corazón.
Pero el
agua fangosa atravesaba
el
camino;
aquel
olor corrupto deshacía
el
doliente latir de la ternura;
era
imposible sofocar
la
misteriosa voz
gimiente.
Estábamos
perdidos.
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