Tránsito al fin
La
puerta puede abrirse,
puede
entrar el ladrido del perro,
sin que
necesitemos saber nada.
Mientras
no entre el viento en nosotros
cuando
tenemos los ojos viajando entre los muebles
de la
diversidad de los miedos de cada muerto,
podemos
reír entre la espuma de lo oscuro.
La
seguridad del que abre su vestido privado,
dejando
mostrar las huellas blancas de los delirios,
con un
poco de fuerza se logra concentrar la ceniza invisible,
la sombra,
mi muerte particular.
Piedras
en la mirada, ya sólido su silencio,
pasos
de las manos solas en el cuerpo.
Es así
como amamos el aire de la estatua,
el aire
que nos empuja a la vejez.
El
hombre camina a una habitación semejante
y se
coloca el traje que lo conduce para siempre.
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