miércoles, 10 de abril de 2019

EDUARDO ANGUITA





Tránsito al fin



La puerta puede abrirse,
puede entrar el ladrido del perro,
sin que necesitemos saber nada.

Mientras no entre el viento en nosotros
cuando tenemos los ojos viajando entre los muebles
de la diversidad de los miedos de cada muerto,
podemos reír entre la espuma de lo oscuro.

La seguridad del que abre su vestido privado,
dejando mostrar las huellas blancas de los delirios,
con un poco de fuerza se logra concentrar la ceniza invisible,
la sombra, mi muerte particular.

Piedras en la mirada, ya sólido su silencio,
pasos de las manos solas en el cuerpo.
Es así como amamos el aire de la estatua,
el aire que nos empuja a la vejez.

El hombre camina a una habitación semejante
y se coloca el traje que lo conduce para siempre.
  


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