Herida
A
Héctor Carreto
Metí los dedos bajo su falda blanca,
y
removí la delicada tela
esperando
acariciar la culpa.
Metí
los dedos en la herida
debajo
del levísimo algodón de azúcar.
Ella
anhelaba ser herida
y
yo necesitaba escribirle poemas:
por
eso levanté los cielos de esa tela
y
desde ahí las metáforas fueron precisas,
coloqué
el puñal por las caderas,
la
pluma en la cintura y la columna,
la
sinestesia entre el vientre y el sostén caído,
mojé
con ritmo los labios y los ojos;
más
abajo, palpé con metonimia los muslos,
las
piernas
y
los pies.
Calmé
la sed de la piel y del hurto.
Herí
al poema y lo salpiqué de culpas.
Cumplimos
los objetivos de esa noche:
matamos
dos pájaros de un tiro.
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