Manzanos del edén
No eran los pinos de intenso color,
ni el río que cruzaba una sola vez,
en donde las sombras de nuestros deseos
enlazaban nuestras manos y besos.
Eran tu mirada y la mía,
alambres en el viento
donde los pájaros sostenían
su concierto estival.
No era el agua que caía de tu boca
ni la curva de tu vientre,
donde lentamente
fluía el dolor de mis manos.
Era la serpiente, la serpiente del edén,
que nos daba el secreto de Dios
mientras los ángeles dormían.
No eran los pinos de intenso color,
ni el río que cruzaba una sola vez,
en donde las sombras de nuestros deseos
enlazaban nuestras manos y besos.
Eran tu mirada y la mía,
alambres en el viento
donde los pájaros sostenían
su concierto estival.
No era el agua que caía de tu boca
ni la curva de tu vientre,
donde lentamente
fluía el dolor de mis manos.
Era la serpiente, la serpiente del edén,
que nos daba el secreto de Dios
mientras los ángeles dormían.
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