Abel
llega al mar
De
noche en el Golfo Triste,
donde
Colón pescó la sirena de América.
Se
fue a pique un velero.
Tiene
la quilla hacia el cielo
y
hacia el fondo los masteleros.
Un
náufrago
bracea
en mitad del golfo.
Rema
con manos suaves, como vientre de pez;
la
luna pone en su frente
ese
livor que estampa en la sábana a los huesos.
En
las olas caen sus ojos,
tributarios
de sombra.
Allá
va Venezuela, sin puerto,
allí
van, medio ahogados,
Ayacucho
y lo otro y la mitad de esto.
Pero
el hombre llega a la playa
y
al pisarla,
sintió
en su propio pecho el corazón de la ciudad,
la
voz del gran destino paralelo
que
le decía: «¡Tierra adentro! ¡No moriremos en el mar!»
De: “Abel y su casa”
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