También fuiste el sueño de mamá
Recuerdo
la primera vez que vi a Harrison Ford en la Tv
tenía
once años e incluso entonces comprendí
que
él ni nadie sabría cómo amarme jamás.
Los
días iban pasando a media ración, sin importancia,
porque
el olor a durazno tocaba la casa
con
sus alegres ojos verdes
y
el tiempo no era, como hoy,
una
debilidad numerada
siempre
de paso, agotada, fugaz.
Pienso
en Harrison Ford como un fornido carpintero
o
un vendedor de marihuana
al
que le tengo que enseñar las bragas
porque
en este país no se fía, todo cuesta,
incluso
el amor que engendra 500 versos inútiles.
Ahora
entiendo como
empecé
a cavar mi propio agujero,
suspirando
como un fuelle,
cediendo,
hasta que otro hombre
abandona
tu cama
y
aprendes a omitir
“te
quiero” y “no te vayas”.
Pero
hay cosas peores en la vida que lo que uno deja atrás,
el
presente, por ejemplo
atrapada
en una humilde habitación
cuando
la burla de la madre es un poema
que
empieza a caerse desde el primer verso.
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