El
loro
Este es otro.
Un marino tartamudo lo había
dado a la vieja que lo vendió. Está sobre el rellano, cerca de la lumbrera,
allí donde se mezcla al negror la sucia bruma del día color de callejón.
Con un doble grito, a la noche, te saluda, Crusoe, cuando, subiendo de las letrinas del patio, abres la puerta del pasillo y levantas ante ti el astro precario de tu lámpara. Vuelve su cabeza para volver su mirada. Hombre de la lámpara, ¿qué quieres de él?... Miras el ojo redondo bajo el polen averiado del párpado; miras el segundo círculo como un anillo de muerta savia. Y la pluma enferma se remoja en el acuoso excremento.
¡Oh miseria! Apaga tu lámpara. El pájaro lanza su grito.
Con un doble grito, a la noche, te saluda, Crusoe, cuando, subiendo de las letrinas del patio, abres la puerta del pasillo y levantas ante ti el astro precario de tu lámpara. Vuelve su cabeza para volver su mirada. Hombre de la lámpara, ¿qué quieres de él?... Miras el ojo redondo bajo el polen averiado del párpado; miras el segundo círculo como un anillo de muerta savia. Y la pluma enferma se remoja en el acuoso excremento.
¡Oh miseria! Apaga tu lámpara. El pájaro lanza su grito.
De:
“Imágenes para Crusoe”
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