sábado, 28 de marzo de 2020

SEAMUS HEANEY





I



Notas de campanas al vuelo
atravesaron la quietud matinal
y los maizales ampollados de agua;
un doblar fugitivo que cesó tan pronto

como se había desatado. Domingo,
el silencio respiraba,
incapaz de pausa alguna:
un hombre apareció
a la vera del campo
con una sierra de arco en ristre
como si fuera una guitarra.
Se desplazó y se detuvo a observar
por entre las ramas de castaño,
puso su sierra en ángulo,

se retiró para observar de nuevo
y pasar de ahí a la siguiente
"Te conozco, Simón Sweeney,
eres aquel quebrantador del Sabbath
que murió hace tantos años."

"Maldito sea cuanto sabes", dijo,
con la mirada aún en la cerca
y sin volver la cabeza.
"Fui tu hombre misterio
y lo he vuelto a ser esta mañana.

Entre los claros de los arbustos
tu rostro de Primera Comunión
me veía cortar la leña.
Cuando los troncos mutilados
del árbol se iban marchitando,

cuando el humo de la madera afilaba
el aire o las zanjas murmuraban,
sentías mi rastro por ahí
como si lo hubieran rociado.
Y te hacía temblar de miedo.

Cuando te exhortaban a escuchar
en la oscuridad del cuarto
al viento y la lluvia entre los árboles,
y a pensar en los remendones que vivían
bajo un carretón volcado,
cerrabas los ojos y veías
un eje mojado y rayos de rueda
bajo la luz de luna, y a mí,
deslizándome desde la llovizna
rumbo a tu puerta."

La luz del sol se abrió paso entre castaños,
las rápidas campanas al vuelo comenzaron
por segunda vez. Me volví entonces
hacia un sonido muy distinto:
una muchedumbre de mujeres con chal

iba vadeando por entre el maíz tierno;
las faldas se agitaban suavemente.
Su movimiento entristecía la mañana.
Avanzaban susurrándole al silencio:
"Ruega por nosotros, ruega por nosotros",

la súplica a través del aire,
hasta que el campo se llenó
de rostros recordados a medias,
una congregación suelta
que se dispersaba y seguía.

Cuando me acerqué por detrás,
me vi de pronto cual peregrino en ayunas,
con la cabeza ligera, abandonando el hogar
para dirigirme a mi estación penitencial.
"¡Apártate de cualquier procesión!",

Sweeney me gritó,
pero el murmullo de la muchedumbre
y sus pies chapoteando
por la hierba tierna, peinada,
abrían una vereda adormilada
sobre la que me proponía pasar.
Seguí el rastro de aquellos madrugadores
que habían comenzado la jornada
antes que los humos en las chimeneas.
Apresurada, la campana sonó de nuevo.


De: “Station Island

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